jueves, 24 de noviembre de 2011

“RECUERDOS PARA NO CRECER”

Son cosas que se quedaron en el tintero, en el corazón; que nunca te pude decir. Son cosas del recuerdo, de la memoria, del infierno. Aquel joven parado frente a la foto más pequeña es el creador de tan maléfica exposición, se llama LEINAD, su cuerpo escurrido y marcado anuncia las desvelada vida callejera que le ha dejado la mala influencia; la pequeñez de su mente sucumbiendo al deseo de muerte.
Eran como cuarto para las diez de la mañana del veintinueve de Febrero, sus tenis con placas incrustadas en las suelas pedían un barandal para violarlo como surfeer callejero. El pantalón caqui gris, el reloj de mano inmenso, su bolsa de lonche con una manzana y un sándwich de mermelada con cajeta los lleva como cual vaquero amarrado al cintillo por donde desborda el cinturón que ajusta sus sentidos de chamaco indecente en secundaria.
Leinad es un macaco insultante, y toquetea a las niñas con solo verlas, el rechinante tic en el ojo derecho es señal de la tremenda calentura en su mente, la rubia de calcomanía con apenas trece años lo vuelve poco menos que loco; para ella el es un condenado al exilio con dotes de ratero en potencia. Lo llama cabeza hueca y lo insulta mirándolo racista y despectiva.
Pero ahí estamos todos, yo con ellos sentados en las escalinatas de sementó que conducen a los salones de música y tercero de secundaria respectivamente. Yo soy el de la guitarra con fleco de pitalla color cereza prendida, tan flaco solo por que Dios lo quiso; ahí mismo el enano, el huero, el chimuelo. La procesión gondolera, mal portada y dicharachera de la secundaria.
Miramos a Leinad abrochando el espagueti que anuda su memoria y también su teni color negro, coreamos un ¡URRA!! tamaño cielo para motivarlo, para decirle cuanto es que admiramos ese andar tan atrabancado y banquetero que tiene al caminar por la vida. Al parecer todo le disgusta, su sombra es la propia encarnación de la discordia; pues ni siquiera ella se hace responsable de tales actos.
Un día de Octubre entre el retrete y un mingitorio el macaco era peor que locomotora, ese humo denso por encima de sus entrañas alardeaba carcajadas engorrosas empujadas de su rostro infernal. Sostenía su mano un churro tamaño familiar, mientras sus ojos destellaban brillos inundados de tristeza y soledad, un cuchillo y el apuntaron firmemente mi presencia; entre sollozos murmuro el rijoso destino. . . la danza obscura del apareamiento entre la vida y la muerte.
Murmuro el deseo para poder salvarse, pero patinaba su imaginación ya entre un charco de sangre, su boca seca, la extraña mirada en blanco espectral activaron mis piernas chatarreras para correr como bólido por un maestro, alguien que tuviera el deseo de castigarlo cuando despertara, no fue así se fue a la coladera del baño, con todo y su extraña manera de ser, de pensar, con todo lo retraído que era; pero finalmente siempre fugaz y distante de los demás.
Yo, entonces no sabía si reír o llorar, si jugar al fútbol o solo sentarme en el pupitre del fondo a lagrimear, no entendía de su proceder. Pero su imagen se quedo como tatuaje en algún sector de mi llamado cerebro. Hoy tremendamente su hermana logro algunos trazos sorprendentes de esa, su vida.
La crónica mostrada en fotos rompió mis treinta y seis años para trasladarme justo frente a la viva imagen de el. Con un texto bien logrado detallo lo reseco y oblicuo de su atropellada vida. Matizo sus bordes con caricias escritas por sus padres. Las ilumino con el cariño que jamás pudo mostrarle.
Ayer visite la tumba de mi amigo Leinad para platicarle un poco de todo, sostuve indeterminadamente la respiración, para poder oler su latidos bajo las hojas de los arboles, yo se que esta tranquilo. Entonces no me equivoque, aquel chico en la exposición parado frente a esa foto de recién nacido era el; era Leidan que vino para nunca crecer.

ROBERTO CARLOS VARGAS MENDOZA (ruPErto!!!)

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