jueves, 24 de noviembre de 2011

“EL GRAN BLANCO”

Se había escondido de escribir sobre el viento, en aquellas olas intempestivas violaba el sonido a sus oídos de la marea agresiva azotando al pequeñísimo marítimo entre agua y mucha agua. Navegábamos sobre ese charco llamado océano sin brújulas, libros ni pendientes por delante, solo el atisbo de encontrar soledad bajo esa lámpara que no se apaga; esa que se acuna sobre el cuarto menguante plateado.
Muchas maneras de explicar lo que sucede en un pequeño barco serían simplemente despilfarros o pérdidas de tiempo, se me ah olvidado el bloqueador solar pero no me interesa, mi asiento estrecha una sombra para mi. Taconeando el agua con mis dedos percibo la sal entumecida sobre su claro azul expandido a lo largo de su preciosa escultura.
-El hombre frente a el con gorra roja suda demasiado e inunda la pequeña embarcación con tan solo mover un dedo- en el fondo de este gran chorro de agua mojaremos más que nuestras ideas para encontrar algo un rubí de color, un farol sin tinta, una estrella caída por los cañonasos en las Malvinas; no lo se simplemente han ordenado sumergirnos aquí mismo donde el tiempo se detiene.
Precisamente allí donde aviones y pelotones inmensos desaparecen sin dejar un chiflidito, o una nota de se busca. Por la mañana cuando desperté la migraña volcó el lado chueco de mi cara; al observar mi rostro repetido sobre el espejo decidí ocultarme bajo las sabanas de mi cama individual.
No era tiempo de trabajar, ni siquiera de pensar lo que más tarde podía suceder, lo difícil, las complicaciones y adversidades. Las horas transcurrían lentas, como si adran en un rollsroyce descapotado y vetusto, sin demora de saber lo que han dejado atrás; o la historia escrita en cada segundo.
Mi casa es un pedazo de corcho con cosas sobre papeles, basura, ropa, aditamentos y platos sucios de tanto ahorrar agua. El desorden no me afecta por el contrario me reaviva y justamente hace trabajar a mi mente para buscar debajo de tanto desbarajuste, la resaca del viernes a dejado en mi solo las sobras de huesos y alma, al parecer soy un adicto al alcohol de botella ancha.
Ya en el punto exacto el traje de buzo ochentero se apego al libreto que estábamos por descubrir cuatro marinos y yo. Nuestro capitán atiende un libreto vago, desesperado y bastante tendencioso, hemos de recorrer el mundo ahogado que vive en el fondo junto a los peces, moluscos y demás.
La escalinata con tres peldaños reposa justamente de lado derecho del barquito, soy el primero en descender para observar, para encontrar un mundo natural, un planeta alocado y extraño; pero sin duda excitante. Jamás me di cuenta donde quedaron mis tres compañeros de expedición, al ingresar al fastuoso holograma una luz maniato mi cuerpo para hacerlo sutilmente manejable; suave como la seda de una telaraña.

Cuando por fin pude regresar del extraño letargo, lo único que podía notar era una obscuridad solemne de esas que erizan los calículos corporales de un solo golpe. Un chillido entumeció mi frágil cuerpo; entonces de pronto una aspiradora enorme sacaba toda el agua que se encontraba ahí, no la podía ver pero mi sentido mojado asintió tanto que me hice pipi.
La contrariedad vino, de ser tan obscuro aquello una luz pego de pronto. Mi sorpresa fue mayúscula al verme de pie sobre una enorme lengua y rodeado de filosas cierras, una voz adulterada pronuncio mi nombre, dando vuelta sobre mi eje intente encontrar aquello extraño que mi nombre pronuncio.
Pegue un grito cuestionando, pero solo el eco acompaño la respuesta nula. La gran lengua se contrajo como escalinata en reversa, me atraía supongo para verme de cerca, la obscuridad arropo la luz y solo sentía como me movía en dirección a la nada.
Se detuvo, un hueco abismal apareció de pronto para hacerme caer cientos y cientos de kilómetros al fondo. Sentado, frente a un tumulto de gente acechándome con la mirada matinal de un jueves me encontré en escena repasando un parlamento estudiantil; ya recuerdo aquel que de niño en la primaria jamás pude aprender.
Me quede huérfano por decisión, mi única familia eran las alusiones que hacia de héroes desconocidos pero grandiosos para mi. Nunca tuve la oportunidad de socializar pues a mi madre le parecía una perdida de tiempo; quién podría aceptarme tan raro como era eso ella decía, mi dislexia me permitía anticiparme siempre al cerebro y las burradas al revés siempre aparecían.
Al pisar la escalera para sumergirme, el gran blanco embistió desde el ruedo azul intenso para destazarme y alocarme entre sus garras dentales como un trapo viejo. Es así como aparezco contando una historia sobre esta grama bendita para mí; y digo bendita por que ahora soy feliz.

ROBERTO CARLOS VARGAS MENDOZA (ruPErto!!!)

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